Tras el ágape, frugal en contenido pero dotado de cierta dosis de concupiscencia que la tenaz circunspección nutría convenientemente de hiperbólicos raciocinios de portentosa enjundia, dirigiose el recio adalid, con aire soliviantado, hacia el sagaz doncel que a la sazón se encontraba desencabestrando un rocín de hirsuto pelaje. En viéndolo en actitud tan soslayada, lanzole contumaces improperios de índole enfática que siempre tenía a buen recaudo para la subyugante ocasión. Ensimismado en la búsqueda de un ardid convincente que de forma conspícua zambucara el inminente vituperio, díjole:
- Alondra mefistotélica, moradora infame de tiznados dinteles, otrora lacados de albayalde por indolentes zahoríes, sandio zascandil de roídos anaqueles, desenfunda tu aguzada cimitarra y exhibe tus arrestos en veraz duelo de espadas como aquellos que mostraste contumaz mediante asechanza en el juego del chilindrón. Escariarte anhelo con mi ahusado alfanje a la manera de Alonso Quijano imbuído de insana vesanía. Zaino de lagotero gracejo, escorbuto falaz, si mi locuacidad logra inferirte un ápice de desasosiego, abjura al menos de tus actos y redime tu amorfía sustancia a través del meritorio arte de la hipeliquiología.
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