dimarts, 13 de desembre del 2011

Historias de la historia.

En las postrimerías del siglo XX y con más intensidad en los primeros lustros del siglo posterior, mucho antes de que la teletransportación se despojara de la pesada áncora que la tenía amarrada al etéreo campo de la ciencia ficción, hizo furor entre la población del momento un artilugio que se dio en llamar comúnmente teléfono móvil o celular. El éxito de dicho dispositivo fue inusitado, convirtiéndose en un objeto imprescindible para la vida cotidiana, en tanto que rompía las barreras comunicativas que habían permanecido insalvables para la humanidad desde los albores de la creación relativizando asimismo las distancias espaciales y con ello temporales. Sucesivas mejoras generadas por los avances tecnológicos del momento, incorporaron al dispositivo una serie de innovadoras funcionalidades que permitían, aparte de las ya consabidas, verbigracia, consultar desde la capital del entonces Reino de España la temperatura que en aquel momento había en la ciudad portuaria de Vladivostok. Aunque podríamos citar una miríada de eventualidades que acaecieron durante el periodo en que el útil gobernó sin rival el mundo de ayer, nos hemos inclinado a incluir en este apartado una de las citas recogidas por el erudito prosista y eminente hagiógrafo francés Richard de la Tourtosie en su libro “Des Larmes de la Poésie” publicado por primera vez en el año 2017 en el que pone de manifiesto una vez más su contumaz visión en el terreno de lo formal aunque no exenta de una alegórica abyección en lo moral. He aquí la cita que, aunque breve, ejemplifica notablemente el estado de concupiscencia que la presencia del aparato causaba en nuestros semejantes antepasados, y que fue recogida, muy probablemente, en algún lugar indeterminado de la extinta Línea 4 (también conocida como “La amarilla”) del suburbano de la Ciudad Condal a finales del año 2011 por el perspicaz escritor, mientras se dirigía, en calidad de asesor, al cuarto congreso de la Perdiz Parda que a la sazón se celebraba en dicha localidad. Nos servimos de la excelente traducción que de la lengua provenzal realizó Augurio Escantillado, publicada por Ediciones La Fragua (Madrid, 2026).



- ¿Nena?, ¿Nena?, ¿Me oyes? ¿Nena? ¿Sí? Oye, dile a la yaya que saque la carne del congelador, que no me he acordado, y que la deje encima del mármol para que esté blandita para la cena. ¿Vale cariño? Adiós, mi amor, hasta luego…